Problemática y controversia de la biotecnología vegetal
El debate sobre la seguridad de los organismos genéticamente modificados (OGM) se ha estado moviendo en el ámbito de sus posibles repercusiones ambientales y, en el caso de organismos destinados a alimentación, sobre todo tocando el tema de efectos negativos para la salud de los consumidores.
Durante los primeros años de aplicación de las técnicas de ADN recombinante, se establecieron regulaciones específicas para los productos desarrollados por ingeniería genética, cuando anteriormente las normativas se aplicaban a los productos que pudiesen ser perjudiciales para los consumidores, y no a los procesos o técnicas peligrosas (Muñoz, E. 1996).
Esta tendencia está respaldada por los procesos que pudiesen activarse tras la utilización de las técnicas de manipulación genética, ya que esta afectaría sobre todo al medioambiente en el que se produzca, más que en los productos realizados por las mismas.
Contaminación genética por polinización cruzada
La transferencia horizontal de genes es un hecho natural, incluso entre ciertos microorganismos y plantas, que ha ayudado en ocasiones a la evolución.
La introducción de un gen de una especie filogenéticamente no relacionada que soporta ciertas agresiones externas, como por ejemplo el ataque de un virus, puede transferirse perfectamente a plantas de la misma familia de la genéticamente modificada. A priori no se puede descartar que se produjera una mala hierba resistente a virus, que podría crecer incontroladamente. La cuestión clave no es si hay transferencia horizontal de genes, sino si el producto de esa polinización cruzada presenta algún peligro (Iáñez, E. 2000).
La ingeniería genética es una técnica muy precisa, ya que lo que se introduce en la planta es un ADN totalmente caracterizado, es decir, se introduce solamente una porción del material genético que puede beneficiar al vegetal. Pero los conocimientos científicos no pueden predecir con exactitud todas las consecuencias de la manipulación de un nuevo organismo al que se le han introducido genes extraños, ni su evolución e interacción con otros seres vivos una vez liberado un transgénico al medio ambiente (PALT, 2009).
Salto de barreras evolutivas y erosión genética
La gran diferencia entre la mejora tradicional de plantas y la mejora biotecnológica es que en la primera, se está limitado por las pautas evolutivas, y en el segundo caso no es así, aunque creamos una especie inverosímil naturalmente. Asimismo, en la inclusión genética se seleccionan solo una parte del ADN a introducir, cosa que en la hibridación tradicional no ocurre, ya que para lograr la introducción de rasgos deseados se transfiere simultáneamente una enorme cantidad de material genético no caracterizado, y del que se desconoce sus posibles impactos y efectos indeseables (Iáñez, E. 1997 y 2000).
Se argumenta a menudo que la biotecnología acentuará el fenómeno de “erosión genética” de las plantas de cultivo, esto es, la germinación de nuevas especies por polinización cruzada que acaben haciendo desaparecer cultivos tradicionales y ecológicos (PALT, 2011). Esta consecuencia habría que tenerla muy en cuenta, sobre todo, en zonas declaradas reserva natural, e igualmente en las extensiones de gran biodiversidad, abundantes en el terreno español.
Según el manifiesto de la Plataforma Andalucía Libre de Transgénicos (PALT, 2009), “en el estado español el cultivo de maíz ecológico ha desaparecido prácticamente como consecuencia de los casos de contaminación genética en Cataluña, Aragón o Albacete. El retroceso y práctica desaparición del maíz ecológico pone de manifiesto la imposibilidad de la mal llamada coexistencia, que en la práctica supone una grave amenaza para la agricultura y ganadería ecológica y amenaza la soberanía alimentaria”.
Del mismo modo, también la contaminación genética estaría presente en los terrenos donde se cultiven alimentos genéticamente modificados, ya que la agricultura industrial usa fertilizantes sintéticos y agroquímicos que pasarían al agua y sobre todo a la tierra donde se encuentren por la falta de control. El aumento del uso de productos químicos afecta gravemente a la flora y a la fauna no objetivo (Greenpeace, 2010).
Transgénicos como solución al hambre del mundo
Desde antes que aparecieran los primeros productos, se habían creado grandes expectativas en la nueva biotecnología como herramienta clave en el suministro de alimentos. Sin embargo, hay que recordar que la tecnología aplicada a la agricultura está en sus comienzos, por lo que su potencial tardará en reflejarse (Iáñez, E. 1997).
El estado de la biotecnología varía mucho de unos países a otros. En África la situación es bastante deficiente. Pero India, China, Brasil, Egipto, Indonesia y Malasia ya cuentan con programas propios de biotecnología enfocada a mejora de cosechas locales (Iáñez, E. 1997). De igual modo, un decidido apoyo de la comunidad internacional sería de gran ayuda, pero el problema radica en los intereses comerciales de las empresas del mundo desarrollado, quienes no parecen interesados en estas ayudas.
El problema de la biotecnología es su concentración en manos de grandes empresas, sobre todo norteamericanas, que impiden un avance en el desarrollo de una agricultura que permita paliar los problemas alimenticios mundiales. Solo diez multinacionales controlan casi el 70% del mercado mundial de semillas, lo que significa que los y las agricultoras tienen poca capacidad de elección (Greenpeace, 2008).
Prohibiciones de alimentos biotecnológicos
La legalidad de los OGM en el territorio europeo es un terreno con algunas contradicciones internas. A finales de 2010, la Comisión Europea concedió la autonomía a los gobiernos de cada país de la Unión para elegir si admitir o no el cultivo de alimentos transgénicos (El País, 2010). Sin embargo, poco después las regiones agrícolas de la CEE rechazaron tal decisión, al defender que la Política Agraria Común (PAC) debe ser pactada por todos los países en unanimidad (El País, 2010).
La UE solo permite el cultivo a escala comercial de dos transgénicos: el maíz MON810 y la patata amflora. Algunas de las grandes potencias económicas europeas han prohibido o vetado el cultivo de OGM en sus terrenos. Por ejemplo, el maíz MON810 está vetado en seis países, Alemania, Austria, Francia, Grecia, Hungría y Luxemburgo, mientras Polonia tiene prohibido el cultivo de transgénicos. (El País, 2010).
Países como Austria ya han iniciado los trámites oficiales para prohibir el cultivo de patata transgénica, y Hungría ha iniciado acciones legales contra la Comisión Europea al considerar su aprobación como una imposición ilegal que no consideró los riesgos para la salud (Amigos de la Tierra, 2010).
En el año 2004, la European Food Safety Authority (EFSA, Autoridad Europea de Seguridad Alimenticia en español) publicó un informe advirtiendo de la escasa posibilidad de que se produjera resistencia a antibióticos. Aun así, este tipo de maíz transgénico continuó comercializándose, quebrantando el principio de precaución que se impuso en la normativa de 1990 (Rodríguez Entrena, M.; Sayadi, S; Salazar, M. 2010).
En el territorio español se cultivan las tres cuartas partes del maíz transgénico autorizado para su comercialización en toda la UE (PALT, 2011). Acoge el 42% de los experimentos con transgénicos al aire libre que se realizan en la UE, y la legislación permite un umbral del 0,9% de contaminación de los alimentos por transgénicos sin que el consumidor tenga que ser avisado en la etiqueta (Amigos de la Tierra, 2010).
Fuente: Wikipedia