Adjuntos y virus en el correo electrónico


Adjuntos y virus en el correo electrónico

Más allá de la inmediatez y la abolición de distancias inherentes a los servicios de correo electrónico, sin duda una de las razones del fulminante éxito de esta herramienta es la posibilidad de enviar como adjuntos documentos ya escritos, y, en general, cualquier tipo de archivos: presentaciones, hojas de cálculo, informes, libros, fotografías, animaciones, videos o música. Todas las aplicaciones de correo (sean clientes de correo o correo web) contienen en su interfaz un icono en forma de clip o una opción descrita como «Adjuntar archivo» o «Añadir adjunto»; tras hacer clic, una ventana nos invita a seleccionar el archivo que queremos enviar como adjunto al mensaje. Cuando el receptor examine su correo, observará que el mensaje contiene un fichero adjunto; una vez descargado en su disco duro (o incluso aparentemente sin necesidad de ello), podrá visualizar su contenido.

Por potentes o prestigiosos que sean, y a pesar de que los límites se incrementan periódicamente, los servicios de correo web imponen restricciones al tamaño de los adjuntos, de modo que sigue siendo imposible enviar, por ejemplo, una película, sin contar que las actuales velocidades de subida harían lentísimo el proceso. Reducir en lo posible el tamaño de los archivos antes de enviarlos no sólo es recomendable para evitar denegaciones del servidor (el límite se sitúa alrededor de los 25 megabytes), sino que también es una deferencia hacia el destinatario, cuya conexión puede ser de capacidad inferior, alargando el proceso de descarga.


*Los virus y el correo basura centraron las quejas de los usuarios

Durante muchos años el envío de adjuntos fue una constante fuente de problemas, pues fue aprovechada por toda clase de desaprensivos para difundir los temidos virus informáticos. Un virus no es más que un pequeño programa que, al ejecutarse por primera vez, queda instalado en el ordenador y es capaz de llevar a cabo por sí solo acciones más o menos perniciosas, entre ellas la de «replicarse» con el método de autoenviarse por correo electrónico a todos los contactos de la agenda. Virus como el Melissa (1999) o el I love you (2000), para citar sólo los más famosos, se propagaron con este método por todo el mundo a una velocidad vertiginosa. El último de ellos alcanzó a unos cincuenta millones de ordenadores, estimándose en más de seis mil millones de dólares los prejuicios económicos ocasionados.

Con el progresivo abandono de los clientes de correo y las estrictas medidas y fuertes inversiones de los principales proveedores de los servicios de correo web (Microsoft, Yahoo!, Google), la difusión de los virus a través del correo electrónico parece haberse frenado hasta quedar reducida a un nivel testimonial, y es difícil imaginar que puedan llegar a repetirse episodios de alcance similar. Actualmente, potentes programas antivirus instalados en los servidores analizan todos los archivos adjuntos recibidos y avisan de los riesgos potenciales o, directamente, borran los adjuntos infectados, de modo que, en muchos casos, los usuarios inconscientes ni siquiera tienen la oportunidad de descargar y abrir un archivo infectado.


 

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